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Clara y Miguel | Venezuela

Alcanzar nuestro sueño de formar la familia que tanto anhelábamos no fue un camino fácil. Estuvo lleno de momentos difíciles, de dudas, temores, alegrías, desilusiones, de muchos sinsabores que gracias a Dios tuvieron un final feliz.

Después de cinco años de matrimonio decidimos hacer crecer nuestra familia y como cualquier pareja comenzamos por el principio, pero pasaban los meses y yo no lograba quedar embarazada. El tiempo empezaba a ponerse en contra nuestra. Comenzamos visitando mi ginecólogo, quien quiso investigar un poco y descubrió que tendríamos dificultades para lograr un embarazo, por lo que sería mejor ponernos en manos de un especialista en infertilidad.

Nuestro primer encuentro no fue nada alentador, más bien, quedamos mi esposo y yo como si no hubiéramos hecho nada. Perdimos nuestro norte y se fueron un poco las ilusiones. Sin embargo, por recomendaciones de algunos amigos, consultamos con otros especialistas en el tema, en ciudades diferentes a la nuestra, pero la desilusión aumentó. Fue una experiencia muy desalentadora, tanto que por dos años desistimos del tema.

De todas maneras, teníamos tantos deseos de formar una familia, que volvimos a intentarlo.  Esta vez con un especialista en Medellín. Entonces fue como si el universo nos tuviera algo ya preparado: nosotros, en ese momento sin esperanza, desmotivados y tristes, decidimos encausar todos nuestros sueños en este nuevo intento.

Como vivimos fuera de Colombia, nuestro primer contacto fue vía Internet. Enviamos toda nuestra historia clínica y nuestro nuevo especialista se interesó y puso todo su corazón en nuestro caso. Fue así como decidimos regresar por unos días a nuestra ciudad para hacernos los exámenes de rutina y allí empezó toda la historia.

Entre un examen y otro, laparoscopia, estudios de semen, de sangre, encontraron que tanto mi marido como yo, teníamos problemas para procrear. Fue un duro golpe para ambos, pero a la vez se nos abrió una puerta porque existía la probabilidad muy alta de lograr un embarazo por inseminación.

Realizamos tres procedimientos, más el que habíamos hecho en otra ciudad. Cada respuesta negativa era un portazo en nuestros corazones. Los tratamientos me ponían irritable, triste, cambiaba mi sistema hormonal, tenía muchos sentimientos encontrados, sumados a la ausencia de mi esposo pues como no vivimos en la ciudad donde realizábamos el tratamiento, me sentía sola en esos momentos, a pesar de tener el apoyo de mi familia.

Los cuatro intentos fallidos me sumieron en una profunda tristeza, pero a la vez quería seguir intentándolo. Jamás pensamos en desfallecer, era tanto el amor por esos hijos anhelados que estábamos dispuestos a llegar hasta donde pudiéramos física, económica y emocionalmente.

Tomamos la decisión de hacernos un in vitro en lugar de seguir con los ciclos de inseminación sugeridos por el médico, pues como él nos decía las posibilidades aumentaban.

La preparación para el in vitro tiene una dualidad, pues es experimentar unos cambios físicos y emocionales debidos a la carga hormonal que amerita este tratamiento y que cambia mucho a la mujer. Pero a la vez está la ilusión, y cada inyección que me aplicaba, significaba estar más cerca de abrazar a mi bebé. Era como sentir que desde ya estaba haciendo algo por ese hijo, nuestro gran amor, nuestra prolongación, las sentía como inyecciones de vida.

No puedo negar que se pasa por muchos estados anímicos, pero esa luz que estábamos buscando era nuestro mayor aliciente.

Fue así, que cuando mi cuerpo estuvo listo para recibir esos embrioncitos, mis hijos, lloramos de felicidad al sentirnos tan cerca de nuestro sueño de formar nuestra familia, de esperar un angelito que iluminaría nuestras vidas.

Todo transcurrió normalmente después del primer in vitro. La espera fue interminable, cada día era más largo y la ansiedad se apoderaba de nosotros. Quería llorar, reír, cantar, soñar, volver a llorar.

Hasta que llegó el día de la prueba de embarazo. Me hice la prueba de sangre en la mañana, pero el resultado sólo me lo darían en la tarde.  Por sugerencia de mi médico y queriendo calmar un poco mis nervios, me hice una prueba casera la cual fue negativa.  El dolor fue tan enorme que puedo asegurar que estas letras están bañadas con lágrimas.

Me derrumbé. Mi esposo estaba fuera del país y me dolió no tener ese abrazo, ese beso, esas palabras de aliento, pero volví a respirar, recé a Dios y visité a mi médico en la mañana para planear el próximo in vitro. Aún faltaba recibir el resultado del examen de sangre, pero como ya tantas veces había recibido respuestas negativas, no quería ni reclamarlo.

Sin embargo, fui a la clínica, y cual sorpresa me llevé cuando en vez de ver un simple y escueto 0, aparecía un número mayor, el cual no comprendí.  Pregunté asustada qué significaba y gracias a Dios, estaba embarazada.

Llegó nuestro hijo, nuestra ilusión, nuestro sueño.  Esa tristeza matutina se transformó en la alegría más grande que un ser humano pudo haber sentido. Fue una alegría colectiva pues mis seres queridos habían vivido nuestra historia paso a paso, sabían hasta el último detalle de mi vida. Ese día nunca se borrará de nuestra memoria, de nuestros corazones y de nuestras almas.

Todo cambió a nuestro alrededor y comenzó la historia de Susana, nuestra princesa Susana que hoy en día es una niña feliz, que llena de gozo cada rincón de nuestro hogar.

Es tan grande la magia de concebir un hijo, que jamás nos importaron los sinsabores y tristezas por los que pasamos. Así que volvimos a intentarlo para tener nuestro segundo hijo y entonces llegó nuestra princesa Sofía.

Mi esposo estaba un poco renuente a tener un segundo hijo porque Susana fue de muy mal comer desde que nació y esto cambió completamente su vida, pero sabíamos que nuestra familia no estaba completa sin Sofía, así que de nuevo visité a mi médico para ponerme nuevamente en sus manos. Mi esposo accedió, pero esta vez no pasaríamos por tantos tratamientos.

Las cosas fueron más fáciles porque ya existía Susana y ese era un gran aliciente, pues verla caminar, llorar, reir, abrazarme, con solo su mirada yo sentía que había una esperanza muy grande, y sin pensarlo hice todo el tratamiento con todo el amor de mi alma.

Ahora somos una familia con dos hijas de cinco y dos años. Las vemos crecer, iluminan nuestro diario vivir con sus sonrisas, sus llantos, sus logros. Nada se compara con el amor y la felicidad que compartimos.

Espero que nuestro testimonio de vida sirva para muchas parejas que como nosotros sueñan con formar una familia. Sé que algunas veces es difícil, que se pasa por momentos de incertidumbre que quisiéramos no vivir, pero el apoyo de la pareja es el motor para que todo salga bien. Así que ánimo a todos los que comienzan con este sueño. Tener un hijo es tan grande e indescriptible, que por todo lo que se tenga que pasar es poco para el amor que se va a recibir.

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