Esta carta la escribo para ti, porque, aunque no te conozco físicamente, siento que te tengo cerca y te debo gran parte de mi felicidad.
No sé en qué parte del mundo estás, o si quizás sientes curiosidad por conocerme también, pero a través de estas palabras, que probablemente no alcances a leer, quiero expresarte el sentimiento tan grande que generas en mí y la gran alegría que regalaste a mi familia.
Cuando decidí ser mamá tenía 42 años y mis esperanzas no eran muchas, mi médico intentó todo antes de llegar a la recomendación de un tratamiento con donación de óvulos, y, aunque mi primera reacción ante este diagnóstico no fue la mejor, con el tiempo entendí que más allá de los genes, un hijo es amor, unión y esperanza.
Al iniciar el proceso en búsqueda de donante, mis dudas fueron muchas ¿Cómo será esa persona? ¿Estará sana de salud? ¿Donará sus óvulos por voluntad propia? ¿Será que se parece a nosotros? Mi mente empezó a navegar en un barco de inquietudes que hacía mi espera más larga y angustiante. No sabía nada de ti y me ibas a regalar parte de lo que de ahora en adelante sería todo para mí: mi hijo.
No te niego que sentí miedo de aceptar un “ovulito” de una persona totalmente extraña para mí. Era raro saber y reconocer que mi bebé solo portaría los genes de mi esposo y que yo, de una u otra manera, sería la mamá de corazón. Al principio fue extraño y tuve que hacer un proceso emocional que me permitiera aceptar la situación, pero luego esa barrera que yo misma me había puesto, fue desapareciendo cuando iniciamos el proceso.
Cuando empecé a preparar mi vientre para la transferencia, comprendí que mi cuerpo se estaba alistando para dar vida y, justo en ese momento, entendí que realmente podía ser mamá y que ese bebé sería mi más grande felicidad.
Después de unos días, llega el momento de tu captación y la fecundación en el laboratorio. Según me contaron, el proceso se hizo con óvulos frescos, por ende, estuviste en el lugar donde días después llegaría yo a conocer los hermosos embriones que se habían formado y que me iban a transferir.
Al ver a mi bebé en la pantalla que nos muestran en el laboratorio antes de la transferencia, comprendí que esos embriones eran míos, y que en mis oraciones de agradecimiento de ahora en adelante siempre estarías tú, porque ese milagro de vida era gracias a Dios, la ciencia, mi familia y a ti.
Hoy, después de 8 meses de embarazo, espero con ansias el momento en que pueda ver a los ojos a mi hijo. No sé a quién se parecerá, pero sé que en su corazón siempre va a estar ese sentimiento tan puro que tú le transmitiste al ser una de las protagonistas de esta historia.
Gracias por ser mi donante, por regalarnos amor y por entregar una partecita de ti para que mi esposo y yo pudiéramos hacer realidad el sueño de ser papás. Te prometemos que este bebé será feliz y que recibirá todo el amor del mundo porque para mí él es lo más importante ¡GRACIAS!
*La donación de óvulos en Colombia es un acto altruista y anónimo, por este motivo no es posible generar un vínculo directo entre el donante y la familia receptora.
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