La infertilidad fue una situación que nos acompañó aproximadamente seis años, pues llevó tiempo detectarla y actuar con respecto a ella. En los primeros 3 años, a partir de que tomamos la decisión de tener hijos, los exámenes no arrojaban los resultados que permitían detectar las causas que la generaban (aparentemente todo andaba bien) y por ende no se acudió a un tratamiento especial. No obstante, recurrimos a algunos medicamentos para ayudar a la fecundación y a algunos procedimientos quirúrgicos para preparar mi cuerpo con el fin de lograr el embarazo.
La relación de pareja en esta época estuvo muy sensible, pues las relaciones sexuales perdieron en algunos momentos la espontaneidad y libertad que las caracterizaba, al deberlas tener en ciertos días del mes o según la recomendación del médico.
Al pasar el tiempo se sospechó que algo tenía que estar pasando, pues a pesar de la vida en pareja, los exámenes, las medicinas y el transcurrir el tiempo no lograba embarazarme. Como el tiempo pasaba y yo tenía 35 años, la angustia era bastante debido a que en todos los artículos que leía sobre el tema decía que la mejor época para tener hijos sanos, es hasta los 35 años, de ahí en adelante la calidad y cantidad de los óvulos se va deteriorando y aumenta el riesgo.
Esta época fue muy dura debido a esto y a que justo en este momento familiares y amigas del colegio y de la universidad quedaban en embarazo, en mi caso tuve 3 sobrinas que quedaron embarazadas y un sobrino tuvo bebé, las mejores amigas del colegio y varias compañeras de trabajo se embarazaron y tuvieron sus hijos, sin contar que con mayor frecuencia me encontraba a donde iba con mujeres embarazadas. Fue realmente una época muy dura.
La ginecóloga de cabecera nos remitió a un centro especializado de fertilidad y allí comenzó otra etapa del proceso de tener hijos. En dicho centro al fin logré tener mis dos hermosos y saludables bebés, pero allí se vive otra angustia y es que los tratamientos no son operaciones matemáticas que te garanticen que si sumas esto más aquello, obtendrás un embarazo que llegue a feliz término.
Esto trae algo de frustración, pues no te explicas por qué siendo una pareja sana, deportista, relativamente joven, te aplicas la medicina y sigue los consejos médicos al pie de la letra, tienes tanta dificultad, con tantos embarazos espontáneos que se logran a tu alrededor. Sientes una gran impotencia, debido a que es algo que tú no puedes manejar ni controlar, solo hacer hasta cierto punto y el resto dejarlo en manos de Dios. Esto me dio una gran lección de humildad con respecto a los demás y al mismo Dios.
Creo que la clave para que nosotros lográramos un embarazo que culminó con dos hermosos bebés, fue perseverar, no desfallecer, pues para mí era el proyecto más importante de la vida al que logré que mi esposo y yo le apostáramos con constancia, disciplina y con todos los recursos que ello demandó, así tuviéramos a que renunciar a otros importantes para nosotros.
Mi esposo al verme tan decida en poner todo lo que estuviera a mi alcance, me apoyó y siempre estuvo a mi lado y contribuyó con todo lo que le correspondía en los tratamientos, así con su amor y consuelo cuando las cosas no iban bien o el resultado era desfavorable.
A partir de este momento siento que mi relación de pareja se fortaleció más y que mi esposo hoy me valora y admira más por haber perseverado y haberlo animado a él a continuar sin desfallecer para alcanzar el hermoso y valioso objetivo, pues estaba decidida a apostarle hasta que el médico me dijera no había nada más para hacer.
Así que si quieres un bebé, da todo lo que tienes para lograrlo pues en este momento somos un hogar muy feliz. Hoy veo en mis bebés el tesoro más grande que Dios y la vida me han dado y congratulación conmigo misma por no haber desfallecido.